Una mujer descubre un búnker secreto en su patio trasero y lo que encontró dentro la estremeció

Nadie podría haber entrado por ellas. No sin una llave. Y Rose era la única que tenía las llaves. Le temblaron los dedos al examinar la cerradura, que seguía siendo segura. La puerta estaba cerrada. No había señales de que hubieran forzado la entrada. Sin embargo, en el suelo brillaba un reguero de gotas de agua y, junto a ellas, dos pequeñas margaritas yacían marchitas sobre la baldosa.

Miró a través del cristal. Las margaritas estaban aplastadas. Tallos rotos. Tierra removida. ¿Cómo habían acabado dentro el agua y las flores del jardín? Rose llamó a la policía sin dudarlo, con voz entrecortada y concentrada. Pero cuando llegaron, el suelo se había secado y dos margaritas marchitas no contaban como prueba.