Aquella noche, Carol se sentó en la mesa de la cocina con la pila de notas de aviso de Diane. Dos colegios. Dos expedientes. Dos oportunidades desperdiciadas. Su reflejo en la ventana parecía el de un extraño: ojos hundidos, hombros encorvados. Susurró: «No es culpa suya. Es culpa mía», aunque el silencio no ofrecía ninguna absolución.
A la mañana siguiente, volvieron a llamar del colegio. «Sra. Greene, necesitamos que asista a una reunión. El nuevo director lo ha solicitado personalmente» Las palabras eran amables, pero a Carol se le retorció el estómago. El momento que tanto temía había llegado, arrastrando consigo el pasado.