Con el paso de las semanas, el cansancio se fue apoderando de la casa. Mia se pasaba las pausas para comer arreglando desastres que ella no había provocado: reservando fotógrafos, rastreando depósitos y calmando a los familiares ofendidos. La boda con la que había soñado se estaba convirtiendo en un circo orquestado por alguien que quería que se rompiera.
Entonces llegó el mensaje que acabó con su confianza: unas capturas de pantalla enviadas desde un número desconocido. Mostraban extractos bancarios falsos e hilos de cotilleo que insinuaban que se casaba con Daniel por su herencia. «La gente habla», había dicho Eleanor a principios de esa semana, casi como si estuviera preparando el escenario.