Golpeó con el puño la puerta de cristal. Una empleada -adolescente, sobresaltada- levantó la vista del teléfono y la miró con los ojos muy abiertos. Cuando vio el bulto en brazos de Noemi, abrió la puerta sin decir palabra y llamó a gritos al médico.
Las brillantes luces fluorescentes golpearon como una bofetada. El veterinario, de barba canosa y que aún se subía la cremallera de la chaqueta por encima de la bata, echó un vistazo y gritó: «Mesa de trauma, kit de oxígeno, en marcha» Dos técnicos trajeron un carro metálico. Noemi dejó el paquete resbaladizo en el suelo y sus dedos se negaron a soltarlo hasta que el veterinario los apartó con suavidad.
