El lobo gimió detrás de ella. Noemi levantó la vista; las luces de la cabaña brillaban en la distancia. «Me ocuparé de él», prometió, con voz temblorosa. Tanto si el lobo lo entendía como si no, tenía que intentarlo. Se volvió hacia el túnel.
El lobo la siguió, pero se detuvo en la boca, sentado en las sombras. Un gemido le siguió, en parte como advertencia, en parte como súplica. Ella asintió una vez, un juramento silencioso, y echó a correr. El camino hacia las cabañas parecía ahora el doble de largo.
