«No, no», susurró, obligándose a respirar. «No quiero luchar» Bajó el tablón para mostrar que no intentaba atacar. Los ojos del lobo siguieron el movimiento. Cuando dejó caer la tabla a la arena con un golpe sordo, los labios del animal bajaron un poco, aunque sus músculos permanecieron tensos.
Con las manos abiertas y los dedos separados, Noemi dio un lento paso atrás, luego otro, sin apartar la mirada del lobo. Dobló los codos hacia fuera, con las palmas hacia él, señal universal de «soy inofensivo». Al mismo tiempo, intentó que su voz fuera calmada, tranquilizadora, aunque temblaba. «Tranquilo, muchacho. No estoy aquí para hacerte daño»