La criatura avanzó a paso de tortuga, dejando huellas húmedas como baches en la arena. A cada paso, sus largas patas acortaban la distancia con demasiada rapidez. El hocico cuadrado, el grueso collar, la cola que no se enroscaba juguetona, sino que colgaba baja y recta, todo ello modificó su primera suposición.
Un hecho obstinado se consolidó en su mente: no estaba mirando a un perro. Estaba viendo a un lobo adulto salir de las olas. Se le cortó la respiración. Retrocedió hasta que sus pantorrillas chocaron con un trozo de madera destrozada: un viejo tablón de una barca podrida que la marea había arrojado a la orilla. El instinto le pidió una barrera.