Su barco, el Sea Spray, era un sólido bote abierto de dieciséis pies pintado de un azul desvaído. No era lujoso, pero era fiable. Lo tenía desde hacía veinte años y lo conocía por dentro y por fuera. Le quitó la cubierta de lona, la dobló y la guardó.
A continuación, con ayuda de unos rodillos y una técnica experimentada, empujó la barca hacia el agua. La barca tocó el fondo con un suave chapoteo. Se metió en el agua con sus botas de goma y lo aseguró todo. Una última comprobación: el ancla, los remos de reserva y el chaleco salvavidas bajo el asiento.