Kayla llegó diez minutos antes, con ganas de causar una buena impresión. La casa de los Reynolds estaba en una calle tranquila bordeada de arces, el tipo de vecindario donde todo parecía ordenado y bien cuidado. Se alisó el jersey, tomó aire y llamó al timbre.
Mark respondió casi al instante. Su alivio era evidente, los hombros relajados, la sonrisa cansada ensanchándose como si la sola presencia de ella resolviera un problema que llevaba arrastrando. «¿Kayla? Muchas gracias por venir. De verdad» Se hizo a un lado rápidamente, haciéndola pasar con verdadera calidez.
