Kayla apoyó la espalda contra la pared, con la respiración entrecortada entre las costillas y la garganta. Se suponía que la casa estaba vacía. Sabrina le había enviado un mensaje esa mañana diciendo que tenía a Tommy con ella. Pero ahora, de pie en el silencioso pasillo, Kayla podía oírlo claramente: un leve e inconfundible arrastrar de pies desde el piso de arriba. No eran las tuberías. Ni el viento. Era una pisada.
Le temblaban las manos mientras cogía el teléfono con los ojos fijos en la escalera. Hacía sólo unos minutos que había entrado en la casa. Todo había estado tranquilo y normal, hasta que el lento crujido de una tabla del suelo la congeló en su sitio. Había alguien ahí arriba. Alguien que no debía estar allí.
Kayla tragó saliva, el pulso le latía con fuerza en los oídos y todos sus instintos le decían que no subiera las escaleras. No sabía a quién llamar primero ni qué debía decir. Lo único que sabía era que tenía que salir de allí y que, fuera lo que fuese lo que había provocado aquel ruido, ya estaba esperando en la tranquilidad de la casa de los Reynolds mucho antes de que ella llegara.
