Pensó en denunciarlo a las autoridades, pero la duda le frenó. La burocracia se movía con lentitud, y temía que simplemente le metieran una bala al animal para «resolver el riesgo» Pensar en aquella mirada ámbar apagada sin comprender su tutela le retorcía el estómago.
Al cruzar el sendero del río, se fijó en unas huellas en el barro. Eran humanas, no animales. Alguien más había estado allí recientemente, dando vueltas cerca del lobo. A Adrián se le apretó el pecho. La curiosidad no era sólo su carga. ¿Habían interferido ya los granjeros? Eso podría significar un derramamiento de sangre