Adrian se encrespó. Tenía poca paciencia para las supersticiones, pero los ojos del guardabosque tenían el peso de un miedo genuino. «¿Y si está herido?» Insistió Adrian. El hombre negó con la cabeza. «Los lobos heridos se esconden. Su instinto es curarse o morir. No montan guardia» Se negó a seguir hablando.
Mientras Adrian regresaba, el bosque parecía alterado. Cada sombra parecía más densa, cada susurro en la maleza demasiado agudo. Su mente racional le susurraba explicaciones como heridas, instinto o impulso territorial. Pero ninguna coincidía con lo que había visto. El lobo no estaba sobreviviendo. A falta de una palabra mejor, parecía estar «sacrificándose».