Un lobo se niega a moverse: un veterinario se sorprende al descubrir la verdadera razón

La siguiente vez, Adrián se detuvo a unos veinte pasos del lobo. Se agachó, cogió un guijarro y lo arrojó suavemente al agua. Las orejas del lobo se agitaron, pero su cuerpo permaneció inquietantemente inmóvil, como si estuviera tallado en piedra.

Volvió a intentarlo, esta vez lanzando una piedra más grande hacia la orilla. Patinó sobre las piedras y se detuvo a medio metro del animal. El pecho del lobo emitió un rugido grave, profundo y gutural, que hizo vibrar el suelo. Adrián se quedó helado, con el pulso acelerado. Sin embargo, la bestia no arremetió.