Atrapado entre la alegría y la tristeza, Derrick dejó escapar una risa temblorosa. «Borré la mitad de esos correos», admitió, con los ojos escocidos por las lágrimas. «No tenía ni idea de que la gente estaba donando» La mujer le apretó suavemente el hombro. «Pues lo hicieron. Y siguen haciéndolo. Tu perro tiene muchas posibilidades»
Abrumado, Derrick se tapó la boca con una mano temblorosa. El alivio lo recorrió como un maremoto, casi derribándolo. Aferró el teléfono de la mujer como si fuera un salvavidas. «Gracias», ahogó, cada sílaba rebosante de gratitud. «Esto lo cambia todo: Rusty por fin puede vivir»