A la mañana siguiente, su buzón había sido arrancado del poste y yacía boca abajo en la hierba, con la bandera arrancada. Quienquiera que lo hubiera hecho no se había molestado en ocultar los daños y lo había dejado a la vista de todos. Walter la recogió con las dos manos, la volvió a colocar en posición vertical y sintió que en su pecho se instalaba una lenta y verdadera molestia.
Cuando llamó a la oficina del condado para denunciar el acoso, le dijeron que presentara una queja formal por Internet. «Necesitamos pruebas documentadas», le dijo tajantemente el empleado. «Fechas, horas, fotos. Sin eso, es tu palabra contra la de ellos» Miró su móvil, la pantalla manchada, y desistió a medio camino de averiguar cómo enviar una foto por correo electrónico.
