Elise supo instintivamente que aquel hombre no tenía malas intenciones. No le importó contarle cómo había llegado a sus manos. «Perteneció a mi abuela», dijo, rozando con los dedos el oro desgastado. El veterano asintió lentamente. Elise esperaba que le contara por qué le fascinaba.
«Lo llevaba todos los días -continuó Elise, suavizando la voz-. «Falleció no hace mucho, pero lo conservo cerca. Siento que una parte de ella viaja conmigo cuando lo hago» Los ojos del veterano brillaron, aunque parpadeó rápidamente para tranquilizarse.
