Un cachorro cae en el corral de un tigre: los cuidadores del zoo no podían creer lo que vieron a continuación

No quería compasión. No quería preguntas. Sólo quería que el mundo se callara y le dejara en paz. Algunas mañanas, se sentaba en el borde de la cama durante diez minutos, calcetín en mano, con la mirada perdida antes de moverse.

Algunas noches, su padre lo encontraba acurrucado en el lavadero, con lágrimas corriendo por su cara sin hacer ruido. Su dolor había echado raíces en rincones silenciosos. Su padre hacía todo lo que podía. De verdad. Hacía más turnos en el taller y, por las tardes, trabajaba como autónomo introduciendo datos para mantenerse a flote.