Cuando salió, vio que habían barrido el porche. Y una de las sillas de jardín, que llevaba mucho tiempo tambaleándose, había sido trasladada al interior. Una vez más, Elizabeth no mencionó encargarse de ninguna de estas tareas. Gwen no sabía si sentirse agradecida o recelosa. No estaba acostumbrada a esta versión de Elizabeth.
Aquella tarde, Gwen regresó del jardín y se detuvo en el pasillo cuando oyó a Elizabeth al teléfono. «Sí, el viernes a las once. Sí, confirmado», dijo. Tenía un bloc de notas abierto a su lado. Cuando vio a Gwen, levantó la lista. «Era la floristería, necesitaban un recuento final»