Su hijastra se quedó con la herencia de su marido y recibió una sorprendente carta del banco

Gwen levantó la vista, sobresaltada. No estaba segura de lo que esperaba del almuerzo, pero no era esto. Su primer instinto fue la duda. La casa le había parecido un frágil refugio en las últimas semanas. La idea de compartirla, especialmente con alguien en quien no confiaba plenamente, le resultaba inquietante.

Sin embargo, Elizabeth no la presionaba. No le había exigido nada, sólo se lo había pedido con discreción. Gwen rodeó su taza con las manos y pensó un momento. La casa tenía espacio. Y no se trataba de cualquiera. Era la hija de Albert. Decir que no le pareció innecesariamente frío.