En las notas decían que el embarazo era de «alto riesgo». El médico lo mencionó brevemente: posible sobrecarga cardíaca, complicaciones debidas a la edad, resultados impredecibles. Lo dijo clínicamente, como si enumerara patrones meteorológicos. Pero por debajo de las palabras, Tula lo oyó con claridad: no se trataba sólo de algo inusual. Era peligroso.
Tula se recostó contra las rígidas almohadas del hospital, con los ojos fijos en el techo. Embarazada. La palabra no le cabía en la boca. Era demasiado absurda, demasiado imposible. Tenía setenta y dos años. Le dolían los huesos cuando llovía. ¿Cómo iba a explicárselo a Ashley, a Robert, al mundo?