Un profesor jubilado se cansa de que la gente use su piscina sin consentimiento, así que decide darles una lección

Su voz vaciló, pero se estabilizó cuando añadió: «Cumplí mi promesa» El silencio que respondió fue suave esta vez, no hueco sino completo. Y en aquella quietud, con la piscina de nuevo en orden, Arthur sintió por fin que se le quitaba un peso de encima.