Un profesor jubilado se cansa de que la gente use su piscina sin consentimiento, así que decide darles una lección

Por primera vez en semanas, no había envoltorios, ni botellas, ni pisadas. Sólo la piscina, tranquila y obediente, esperando sus cuidados. Dejó a un lado el kit químico y se sentó en la silla que su mujer solía reclamar después de nadar.

El sol poniente bañaba el agua, dorando su superficie con fuego, y por un momento casi parecía como cuando ella estaba aquí. Arthur se echó hacia atrás y cerró los ojos. «Vuelve a estar limpio», susurró, como si ella aún pudiera estar escuchando.