Un profesor jubilado se cansa de que la gente use su piscina sin consentimiento, así que decide darles una lección

Los oficiales se removieron incómodos, pero sus expresiones se mantuvieron firmes. Uno de ellos levantó la mano. «Has admitido haber entrado en su propiedad sin permiso. Eso es allanamiento de morada, le dé usted la vuelta que le dé. Y él te dijo que iba a limpiar la piscina de antemano. Esto no es culpa suya»

Arthur finalmente dio un paso adelante. Su voz era baja, firme, cada palabra deliberada. «Usted no puede decidir lo que me pertenece. A mi mujer le encantaba esa piscina. La he mantenido limpia todos los días desde que murió. Y usted… -sus ojos se entrecerraron, fijos en ambos- la convirtió en su patio de recreo. Te lo pedí educadamente. Te lo advertí. Y aun así, mentiste y te reíste mientras yo limpiaba»