Un profesor jubilado se cansa de que la gente use su piscina sin consentimiento, así que decide darles una lección

La voz de la esposa se quebró de furia. «No lo entiendes… De donde venimos, los vecinos lo comparten todo. Piscinas, jardines, comidas. Así es como debe ser. Creíamos que aquí éramos bienvenidos» Apuntó con el dedo a Arthur, y sus palabras fueron más rápidas, más duras.

«¡Y ahora míranos! Nos ha humillado» El marido continuó, con un tono casi quejumbroso. «No hacíamos daño a nadie. Es un viejo con demasiado tiempo libre, y ahora nos ha envenenado sólo por usar agua en la que ni siquiera estaba»