Arthur se despertó antes de lo habitual, con la tenue luz del amanecer colándose entre las cortinas. Por un momento permaneció inmóvil, escuchando el silencioso zumbido de la casa. Entonces, el recuerdo de lo que había hecho lo sacó de la cama. Se vistió rápidamente, preparó un té que apenas tocó y salió al patio.
La piscina le recibió con un áspero olor a nuevo. Incluso en el aire fresco de la mañana, el olor a cloro y lejía se le pegó a la garganta, lo bastante penetrante como para picarle la nariz. El agua tenía un aspecto extraño, como si ya no perteneciera a su patio trasero: opaca, agitada, con débiles burbujas en la superficie, donde la bomba seguía agitándose.