Pero la paz le había sido negada. Cada palabra cortés ignorada, cada súplica desechada. Se lo dijo de nuevo, esta vez con más firmeza: «He hecho lo que he podido. Si no respetan la advertencia, es cosa suya» Sin embargo, mucho después de haber entrado, Arthur se quedó en el patio.
Se sentó en la silla donde ella solía secarse el pelo al sol, mirando el agua inquieta mientras la bomba zumbaba. El olor a lejía flotaba en el aire nocturno. Por fin, agotado, susurró buenas noches a su memoria y entró en casa, con el eco de sus pasos como único sonido.