Mientras la ayudaba a acomodarse en la silla, James no podía dejar de mirarla. La anciana no se parecía en nada a la bruja que había imaginado. Era una anciana frágil y normal, con las líneas de la edad grabadas en el rostro. Al verle fijamente, sonrió con dulzura y preguntó: «¿Qué te pasa, niña?»
«¿Eres una bruja?» Preguntó James, con una voz llena de inocente curiosidad. La pregunta quedó flotando en el aire un momento antes de que la anciana soltara una suave carcajada. Hizo un gesto con la mano, descartando la idea. «¿Una bruja? Oh, no, niña. No soy una bruja. Sólo una anciana que intenta vivir su vida»