James se quedó helado. Normalmente, él también habría corrido. Cada parte de él quería unirse a los demás para evitar el inevitable enfrentamiento con la bruja. Pero no era un balón cualquiera. Era la que le había enviado su padre. No podía dejarlo escapar sin intentar recuperarlo.
James estaba allí, con el corazón martilleándole en el pecho. Cada parte de él gritaba que corriera, pero no podía. La nueva pelota de su padre estaba a pocos metros, demasiado cerca para dejarla atrás. Lentamente, reunió el poco valor que le quedaba y empezó a caminar hacia el cobertizo.