Un leopardo huérfano llamaba a su puerta cada amanecer. Un día por fin le dejó entrar

Este silencio era pesado. Venía de no ser necesario. Durante casi tres décadas, Catherine había trabajado rodeada de animales: santuarios, centros de rescate, trabajos de transporte para reubicaciones y clínicas de campo. Su vida había sido ruido, movimiento y urgencia.

Siempre había algo que hacer, alguien a quien remendar. Ahora sólo había rutina: tetera, cuaderno, jardín. Llenaba sus días de pequeños propósitos para compensar la pérdida del grande.