Pero el dolor bajo las costillas de Maya no era sólo quirúrgico. Se estaba extendiendo, frío, lento, y se estaba convirtiendo en algo para lo que aún no tenía palabras. El viaje de vuelta a casa fue más largo de lo habitual. Le dolía el cuerpo. Le zumbaba la cabeza. Su teléfono permaneció en silencio durante todo el viaje.
Esa noche, por fin envió un mensaje: Avísame cuando estés lista para una llamada. No hubo respuesta. Al día siguiente, volvió a intentarlo: ¿Estás bien? Todavía nada. Sin respuesta. Su nombre aparecía en la parte superior de su bandeja de entrada como un moratón que no desaparecía.