Los instintos de Kevin se pusieron en marcha: no se trataba de un acto aleatorio, sino de un intento de robo calculado. Consciente de la gravedad de la situación, Kevin decidió tenderle una trampa para atraparlo in fraganti. Alertó sutilmente a una azafata cercana con un discreto movimiento de cabeza, indicándole que algo iba mal.
Carteras, teléfonos y auriculares salieron disparados, repiqueteando ruidosamente por el pasillo y rompiendo la frágil calma. El corazón de Kevin palpitó con fuerza cuando se dio cuenta de que el hombre de la sudadera negra era un ladrón.