Sintió, con más fuerza que nunca, que la casa la observaba, esperando a que decidiera si por fin iba a descubrir lo que había guardado bajo llave toda su vida. Al final del pasillo, la puerta del desván se alzaba inalterada, pero transformada. Durante décadas, había sido el límite que ella no podía cruzar.
Ahora la llave descansaba en la cadena de su mano. La sostuvo durante un largo momento, con su peso presionando la palma de la mano, como si no sostuviera metal, sino permiso. Lentamente, la introdujo en la cerradura. El chasquido resonó en el pasillo, agudo y definitivo.
