Nunca fui la favorita de mi padre-26 años después descubrí por qué

Por un momento, le pareció ver un destello en su expresión. Su boca se movió como si las palabras estuvieran presionando contra sus dientes, esforzándose por liberarse. El corazón le dio un vuelco. Pensó que tal vez, por fin, él se explicaría, o incluso se disculparía. Pero entonces exhaló por la nariz, giró ligeramente la cabeza y murmuró: «Estoy cansado. Déjame dormir la siesta»

Su mano se movió como si espantara un insecto. Miriam se quedó helada, con la vergüenza y la decepción chocando en su interior. Ella le había ofrecido una puerta y él la había cerrado con la misma serena finalidad de siempre. Le entraron ganas de protestar, de presionar más, pero se levantó y le puso la manta sobre las rodillas. Se durmió antes de que ella saliera de la habitación.