Empezó a recogerla sin darle importancia, hasta que llegó a su camisa. Otra vez el mismo perfume. Sólo que esta vez no era tenue. Era fuerte, se pegaba al cuello y a los puños. Llenó la habitación en segundos. Julia se quedó helada. Sus dudas anteriores volvieron a surgir con silenciosa claridad.
No era un olor pasajero. Estaba incrustado en la tela. No provenía de un apretón de manos ni de un ascensor abarrotado. Era un contacto cercano, algo que perduraba. Pensó en la excusa que le había dado la última vez. Un cliente mayor. Ya no tenía sentido. Nunca la había tenido.