La luz del sol se filtraba a través de las cortinas de gasa, derramándose por los suelos de madera pulida y los suaves bordes de una casa tranquila y elegante. Julia estaba junto a la ventana de la cocina, con los dedos alrededor de una taza caliente, observando cómo el mundo se despertaba. La mañana era su momento favorito: antes de los correos electrónicos, antes de las llamadas, antes de que nada pudiera salir mal.
Connor y ella se habían labrado una vida que otros admiraban. Su casa, situada en uno de los barrios más codiciados de la ciudad, parecía sacada de una revista: cada jarrón en su sitio, cada rincón decorado. Sus amigos solían decirles lo afortunados que eran. Y Julia sonreía, dándoles la razón, porque lo eran.