Se reía de los mensajes que no le enseñaba, se reía para sí mismo mientras miraba el móvil. Su atención parecía fingida, casi demasiado presente, demasiado dulce. Julia empezó a preguntarse si no era sólo la culpa de haber fumado lo que impulsaba este nuevo afecto. Tal vez fuera algo mucho peor.
Julia se deshacía en silencio. Cuanto más intentaba racionalizar sus acciones, más sospechosas le parecían. No tenía pruebas, sólo una creciente inquietud que no podía disipar. Y eso, tal vez, era lo peor: dudar de alguien a quien amaba sin saber si todo estaba en su cabeza.