El marido no explica el extraño olor de sus manos hasta que su mujer descubre el secreto

Pero las cosas siguieron cambiando. El teléfono de Connor estaba siempre cerca de él, boca abajo, en silencio. Lo miraba cuando zumbaba y luego se lo metía en el bolsillo sin hacer ningún comentario. Julia se fijó en cómo desviaba la pantalla o se giraba ligeramente al responder. Era algo sutil, pero nuevo.

Antes lo compartían todo: códigos de acceso, listas de reproducción, vídeos tontos en la cama. Ahora, Julia no recordaba la última vez que Connor se había reído así con ella. El espacio entre ellos no era estrepitoso, pero estaba creciendo. Y aunque ella no dijo nada, la sospecha comenzó a arraigarse silenciosamente en su pecho.