El marido le gasta una broma a su mujer fingiendo entrar en su casa: ella se asusta y desaparece sin dejar rastro

Evan se movió rápidamente por la casa, llamando a Lara por su nombre como si fuera a responder desde un rincón que no había comprobado. En el salón sólo estaba su taza enfriándose. El dormitorio estaba intacto, con las sábanas aún arrugadas por la mañana. El silencio le pareció extraño, demasiado repentino, demasiado completo para tener sentido.

Se acercó a la puerta principal, medio esperando encontrarla abierta de par en par por el pánico de ella. En cambio, estaba cerrada con el pestillo que ella siempre ponía. Por un momento, la imaginó saliendo a tientas con manos temblorosas, cerrándola tras de sí por instinto más que por una intención serena. Sus zapatos no estaban en el perchero. Aquel detalle le impresionó.