Pero ambos sabían lo mismo: no sólo se enfrentaban a un olor extraño. Habían encontrado la primera grieta de un secreto que la casa nunca quiso revelar. A la mañana siguiente, ninguno de los dos se molestó en tomar café.
Daniel se levantó de la cama ya tenso, y Megan apenas había dormido. El olor se había colado en sus sueños, convirtiendo cada sombra en algo húmedo y respirable. Al amanecer, ya había tomado una decisión.
