Empezó de forma bastante inocente. Un grifo que no paraba de gotear. Un trozo de papel pintado que se despegaba de un tirón. Un interruptor de la luz que saltaba cuando Daniel lo pulsaba. Molestias, no desastres. El tipo de cosas ante las que los renovadores de toda la vida ponen los ojos en blanco, pero que arreglan de todos modos. Daniel ajustó tuberías, sustituyó interruptores, se arrastró bajo los fregaderos.
Megan restregó años de suciedad de las baldosas viejas y repintó las paredes hasta que se le acalambraron las manos. Se ocuparon de un problema tras otro, tachando cada tarea con un trazo satisfecho de lápiz. Sin embargo, la casa no había hecho más que empezar. A la segunda semana, descubrieron un cableado que parecía que alguien había utilizado perchas en lugar de cables.
