Un niño visita a diario la tumba de su madre, pero la sorprendente persona que conoce allí lo cambia todo

Lucas no levantó la voz. No tenía por qué hacerlo. La cocina parecía contener la respiración cuando él preguntó: «¿Acaso mamá te importaba?» Su padre levantó la vista de su café y parpadeó una vez. El silencio decía más que cualquier respuesta.

El rostro de Mark se endureció. «Si tanto odias estar aquí, vete» Las palabras salieron planas, como una puerta que se cierra sin previo aviso. Lucas no se inmutó, pero algo en su interior se quebró. Se dio la vuelta antes de que nadie pudiera verlo y pasó por delante de la sonrisa burlona de Dana, caminó por el pasillo y salió a la noche.

La luz del porche zumbó tras él cuando Lucas se adentró en el frío. No sabía adónde iba, sólo que no podía quedarse. Le ardía el pecho, no por la ira, sino por el dolor de no ser visto. Siguió caminando hasta que las casas se desdibujaron y las farolas dieron paso a las lápidas.