Tras una extraña visita, una madre en duelo instala una cámara en la tumba de su hijo

Se agachó junto a la nota y sus dedos recorrieron el papel mojado. El silencio que la rodeaba era diferente. No era pacífico, sino deliberado, como si el propio cementerio contuviera la respiración. «Así que es eso», susurró. «Quienquiera que fueras, te has ido» Las palabras le parecieron una confesión que no quería hacer.

Dos semanas más tarde, en una mañana gris, regresó sólo por costumbre. Sus pasos se ralentizaron cuando lo vio: un pequeño coche de juguete, azul y brillante, que descansaba junto al jarrón. No había estado allí antes. Su nota había desaparecido. Pero era evidente que no iba a haber respuesta.