A medianoche, se había convencido a sí misma de dejarlo estar. Quienquiera que fuese, no quería hacerle daño. Pero otro pensamiento se negaba a callarse: ¿Por qué ahora? ¿Por qué volver a empezar después de tanto tiempo? La pregunta se volvió inquieta en ella, creciendo más fuerte que el sueño, más fuerte que la razón.
En los días siguientes, Ellen empezó a hacer listas en su cuaderno: nombres de cualquiera que pudiera visitarla. Antiguos vecinos, profesores, los padres de los amigos de Sam. Ninguno encajaba. Finalmente, un nombre rondó su mente: su ex marido, David. Él lo había llorado de otra manera, en privado. Tal vez esta era su manera.
