Tras una extraña visita, una madre en duelo instala una cámara en la tumba de su hijo

Esa noche, se sentó a la mesa de la cocina con el juguete entre las palmas de las manos. El miedo y la gratitud se mezclaron en su pecho. Alguien todavía se acordaba de su hijo. A alguien le importaba lo suficiente como para volver, después de tres años de silencio. No sabía si llorar o tener miedo.

Se sirvió té y dejó que se enfriara. El regalo no le pareció un acto de simpatía al azar; ¿era un mensaje? ¿Fue alimentado por la bondad o la obsesión? No lo sabía. Tal vez el dolor atraía a los extraños como la luz atraía a las polillas, hacia un calor que no les correspondía.