Sólo la sutil subida y bajada de su pecho indicaba que aún respiraba. Raymond aminoró la marcha, se agachó a unos metros y deslizó la lata de mantequilla de cacahuete en la nieve. «Aquí tienes», murmuró. «Está caliente por dentro. Y seco»
El cerdo agitó las orejas. No bufó ni gruñó. Se quedó mirando. Luego, un sonido. No del cerdo. Un quejido débil y apagado. Raymond se puso rígido. Otro chillido, suave y tenso, se elevó bajo el cuerpo del cerdo. Se inclinó ligeramente hacia un lado, entrecerrando los ojos a través del viento.