Volvió a coger la linterna, se abrigó dos veces y se adentró de nuevo en la tormenta. Esta vez el viento sopló con más fuerza, cortando la cara de Raymond y tirando de su abrigo como dedos codiciosos.
Aferró el plato de hojalata, con la capa de mantequilla de cacahuete pegada a él como un caramelo. El olor ya atravesaba el frío, denso y claro en el aire gélido. Raymond se movió con cuidado, siguiendo su camino anterior por el patio.