Luego, con cautela, se agachó -sólo un poco- lo suficiente para verle mejor la cara. El cerdo emitió un gruñido más, pero no se movió. Raymond exhaló lentamente. No podía levantarlo, no en ese estado. No con ochenta y dos años. Ya le dolían las rodillas de estar agachado y la espalda llevaba años dándole problemas.
Puede que el cerdo no resistiera, pero ése no era el problema. Se dio la vuelta y se dirigió hacia la casa, con la nieve picándole en las mejillas y la frustración acumulándose en su pecho. Dentro, Raymond cerró la puerta tras de sí y se apoyó en ella, con la respiración agitada y la mente acelerada.