Un resoplido bajo atravesó la tormenta, amortiguado pero inconfundible. Parpadeó. ¿Bufido? Se acercó con cautela, con el corazón acelerado. El lomo del animal se levantó ligeramente, mostrando un torso redondeado, cerdas ásperas mojadas y apelmazadas por la nieve.
Sintió un leve olor a humedad y tierra bajo el frío intenso. Le siguió otro bufido, esta vez más fuerte, acompañado de un lento giro de la cabeza. Ojos pequeños y muy abiertos. Un hocico plano con costra de hielo. Raymond entrecerró los ojos con más fuerza. «¿Un cerdo?», murmuró en voz alta, atónito.