Se trataba de dos pequeños cachorros con el pelaje enmarañado y mojado por el frío. Le miraron con ojos grandes y agitados, y sus pequeños y redondos cuerpos temblaron ligeramente. El corazón de Alan se hinchó de alivio y asombro.
Con cuidado, Alan metió a los cachorros en una manta caliente y los acunó contra su pecho. Se apresuró a entrar, consciente de su delicado estado, y los colocó en una acogedora caja cerca de la chimenea, donde el calor los reanimaría.
