Cuando llegaron las seis, Claire le hizo entrar en el coche sin mucha conversación. Los chicos estaban inusualmente excitados, cuchicheando y rebotando en el asiento trasero. Daniel estudió el perfil de Claire a la luz pasajera, su expresión tranquila pero ilegible. Cada vuelta de volante era un paso más hacia la humillación.
Se detuvieron frente a una sala alquilada. Claire aparcó y no dijo nada, sólo señaló la puerta con la cabeza. A Daniel se le aceleró el pulso. Su mente se llenó de imágenes de ella con otro hombre, tal vez incluso con el que había escrito la tarjeta. Su mano vaciló en el picaporte, el miedo le revolvió el estómago.
